Como de costumbre, contacte con Javier y Fernando. Eran dos deportistas que habían estado entrenando conmigo tiempo atrás, bastante buenos en lo suyo y con características condicionales diferentes. Para mi sorpresa, el rendimiento que habían alcanzado uno y otro no tenía nada que ver. Mientras Javier había alcanzado sus objetivos e incluso conseguido éxitos, Fernando estaba lejos de su mejor versión, desde incluso antes de comenzar a entrenar juntos.
Esto me hizo pensar… ¿Cómo podía ser?
En ambos habíamos valorado su estado inicial con test de rendimiento, los cuales aparecían en la bibliografía como innegociables para deportistas como ellos. Habíamos controlado perfectamente la carga en sus sentadillas, la recuperación entre series, los metros de carrera y la velocidad a la que debían ejecutarlo. Entonces, ¿por qué sus rendimientos deportivos habían sido tan dispares, si los test posteriores nos mostraban grandes mejoras en ambos deportistas?
Comencé a indagar, leí algunos documentos, busqué en bases de datos, pregunté incluso a gente de mi alrededor, pero todo parecía estar bien. Ambos deportistas disponían de un dominio técnico exquisito para su disciplina deportiva, su estado físico era bueno… No entendía que podía estar pasando.
Un buen día llegó a mi un libro titulado ‘El Entrenamiento en los Deportes de Equipo‘. Al comenzar a leer, recordé las historias de Javier y Fernando. El libro comenzaba hablando de diferentes perspectivas de ver a los deportistas y el entrenamiento.
Por un lado, hablaba de la que yo conocía, por la que me guiaba para preparar a la gente que se acercaba a mí para mejorar: era la llamada ‘Paradigma de la Simplificación‘. Esta no era más que la explicación de que la suma de las partes que conforman al deportista, por separado, daba como resultado su rendimiento final. Es decir, que si Fernando era más fuerte, más rápido, saltaba más, aumentaba sus umbrales aeróbicos y anaeróbicos y técnicamente era mejor podría aumentar su rendimiento deportivo. Parecía algo evidente, pero conforme avanzaba, comenzaron a aparecer referencias a otras teorías que captaron mi atención.
Estas estaban basadas en la Teoría de Sistemas y trataban al deportista como una estructura disipativa. Básicamente, se referían al deportista como un sistema que se relacionaba con su entorno y que se auto-estructuraba a diferentes niveles, cada uno con una específica y reconocida funcionalidad diferenciada de modo que, como consecuencia de relaciones intersistémicas e intrasistémicas, hacían al deportista comportarse como uno solo.
Yendo un poco más allá, describían que dicha estructura (deportista) estaba conformada por la estructura bioenergética, la estructura condicional, la estructura cognitiva, la estructura coordinativa, la estructura socio-afectiva, la estructura emotivo-volitiva, la estructura expresivo-creativa y la estructura mental.
Todo esto parecía tener un sentido superlativo en la explicación de lo sucedido con Javier y Fernando y en algunas otras situaciones más recientes que, quizás en otro momento os cuente. Aunque algunos detalles todavía se escapaban… ¿Quería decir esto que cada ejercicio que se proponía tenía un impacto en mayor o menor medida en todas ellas?
Continuando con la lectura, el señor Seirulo exponía, bajo la visión de esta nueva forma de entender al deportista, al menos para mí, que el entorno es lo que le permitía al deportista interactuar con él, priorizando una estructura u otra, de modo que las condiciones del entorno, propuestas por el entrenador, el reglamento o cualquiera de las variables que pudieran modificarlo es lo que haría que se optimizara de un modo u otro. Es decir, que si proponía a Javier realizar una sentadilla, no sólo estaría teniendo impacto en sus estructuras condicional y bioenergética, sino que todas las demás también sufrirían cambios.
Comprendí entonces que, lo que a Javier le había permitido optimizar su rendimiento al máximo, en Fernando apenas había tenido impacto.
Desde ese momento todo cambio en mi forma de ver al deportista y cómo programar el entrenamiento. Entendí que, a pesar de que la prioridad en mis sesiones recayera sobre la estructura condicional o coordinativa, todas las demás se veían alteradas ante cualquier estímulo. Además, en la disciplina deportiva, el rendimiento dependía de la interacción de todas ellas, aunque unas fueran prioritarias sobre otras. Esto hacía que todo cambiara, sus deportes y las acciones que realizaban se convirtieron en la guía para establecer las tareas de entrenamiento, intentando optimizar a los deportistas al máximo.